OXALÉ
Estaban
sentados alrededor de la mesa de estudio. Oxalé miró a su alrededor observando
a sus compañeros de clase. Quería saber, si los otros seis estaban tan ansiosos
como él. Parecía que no se preocupaban
mucho que ese día se estudiara el planeta Tierra.
Ya se habían dado en clase
los otros planetas del sistema solar, al cual pertenecía también el suyo:
Júpiter, que era el más grande de ellos. Él vivía en Ganímedes, que era un
satélite de Júpiter. Había conocido los otros del planeta y, sinceramente el
que más le gustaba era el suyo. ¿Quizás porque era su hogar? Es difícil para un
niño de 10 años definir esa palabra. Pensó que hogar era un lugar de afecto, no
importando sus dimensiones. El tamaño de una casa no influye en el amor de los
que la ocupan. Uno puede sentirse bien en una pequeña habitación y mal en un
palacio. Hogar no es un lugar físico determinado que se puede comprar y armar
en instantes; es cualquier lugar donde sus ocupantes se quieran, se respeten y
convivan en armonía. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la entrada del
maestro. Todos callaron al instante mirándolo; lo querían mucho por su forma de
tratarlos y lo admiraban por sus conocimientos. Nunca les levantó la voz.
Cuando alguien del grupo tenía que ser amonestado porque había hablado cuando
no debía, o no había estudiado el tema a tratar, él sólo lo miraba. Esa mirada
penetrante que parecía entrar al corazón del niño, reflejaba tanto amor y
comprensión, que el aludido se prometía no repetir esa falta para no herir los
sentimientos de su maestro. Después de todo, ellos venían a la clase para
aprender y no a perder el tiempo.
El
ser que entró era muy especial. Sus ojos oblicuos, en la cara alargada
enmarcada por una cabellera clara que le llegaba hasta los hombros,
resplandecían como dos focos de luz potentes. Su voz profunda parecía acariciar
con cada palabra que emitía cuando saludó al traspasar la puerta. Cada niño se
sintió tocado por ese saludo, como si se hubiera referido sólo a él. Con una
sonrisa amplia se acercó a su mesa y apretó un botón. Al instante una pantalla
que tomaba todo el ancho y alto de una pared se iluminó.
El
maestro se dio vuelta mirando a sus alumnos. Oxalé le parecía el más atento de
todos, así que se dirigió a él.
-¿Dime,
que sabes sobre el planeta Tierra? Preguntó.
Oxalé
había leído sobre ese tema, así que contestó sin temor.
-Es
un planeta que pertenece al sistema solar, siendo uno de la Tercera Dimensión y
estando en tercer lugar cercano al sol y en quinto lugar por su tamaño. El
planeta Mercurio es el más cercano al sol, le sigue Venus y luego la Tierra contestó
sin titubear y casi sin respirar por lo ansioso que estaba para demostrar que
se había preocupado y estudiado.
La sonrisa que
recibió en recompensa por sus conocimientos, lo hizo sonrojar de orgullo. Pensó
que había valido la pena el estudio previo en su casa.
-Así
es, dijo el maestro, y de pronto se vio una imagen hermosa azulada de la
Tierra. Ahí abajo continuó, viven seres humanos muy parecidos a nosotros en
cuanto a su forma física, pero no al color de su piel y altura que es variada.
Hay seres de 1,40 de altura que viven en un continente llamado África y se les
denomina Pigmeos, y en el mismo continente residen otros con más de 2 mts.
de altura, los Zulúes.
-Que
es un continente? Preguntó Alana, que no tenía vergüenza en admitir cuando no
sabía algo o no entendía una explicación. El maestro se dirigió a ella.
-Un
continente es una extensión grande de tierra que está rodeada por mar explicó.
-Vamos
a hacer lo siguiente continuó: acercaremos las imágenes que en este momento
están sucediendo en la Tierra. De pronto la pantalla se llenó de movimiento y
ruidos, gritos de angustia, llanto, el gemido de alguien. Los niños se
asustaron por esa confusión que veían. Seres que corrían de un lugar a otros,
cayendo, levantándose para volver a caer. No entendían lo que estaba pasando.
-Lo
que estamos viendo en este instante, es un estado de guerra. El lugar no es
importante, porque sucede en muchos países de ese planeta.
-¿Por
qué están en guerra? preguntó Oxalé.
-Por
egoísmo, ambición de poder, por intereses, por maldad, contestó el maestro, a
veces ni ellos mismos lo saben. Matan por diferentes colores de piel, o por una
religión u opinión distinta.
El
niño no lo entendía. No comprendía por qué se lastimaban entre ellos. ¿Cómo es
que no se daban cuenta que todos tenían derecho a la vida?
-¿Y nosotros, no
podemos hacer nada para terminar eso? preguntó angustiado.
-El
maestro lo miró y con tristeza en la voz le dijo: ¿Sabes? Ya hace muchos siglos que seres de nuestro y
otros planetas tratan de ayudar a los terráqueos, pero ellos niegan nuestra
existencia. Hay muchos que dicen, que los extraterrestres no existen, que no
hay vida en otras partes, como si ellos fuesen los únicos en el Universo. Y las
veces que hemos tratado de bajar nos persiguen con sus aviones tratando de
derribarnos. Son como niños chicos ignorantes que enarbolan telas
multicolores a la cual llaman bandera
que llevan como símbolo de su nación y tienen en sus manos armas peligrosas,
peligrosas para ellos mismos y los demás. Dicen que lo hacen para defender su
país, sin pensar, que nosotros con nuestras armas mucho más avanzadas, los
podríamos haber borrado de la faz de la tierra hace siglos, cuando peleaban con
arcos y flechas.
Oxalé
seguía sin comprender como se puede matar por un pedazo de tierra o por un
símbolo. La tierra es de todos para vivir en paz sobre ella no para pelear por
ella.
Tampoco entendía, como se puede lastimar a otro sólo porque el
color de su piel es distinto. ¿No tienen todos un corazón y todos la sangre
roja? ¿Y matar por religión? ¿No tiene acaso cada ser humano el derecho de
creer en lo que él quiere? ¿No son libres los pensamientos? ¡Quién tiene
derecho a obligar a otro a dejar de pensar!
En
ese momento la pantalla mostró un cuadro diferente. Se veía una pradera llena
de flores, el costado bordeado con árboles. Oyó el trino de los pájaros y vio
revolotear mariposas multicolores. Sintió la paz en ese lugar. Vio niños
corriendo y riéndose, niños como él que disfrutaban del sol y la brisa que los
envolvía. Perros saltaban alrededor invitándolos a jugar. Palomas que volaban
bajo antes de posarse sobre una rama. Oxalé distinguió una distinta a las otras
que eran de un color oscuro. Esa a la cual prestó su atención tenía las plumas
de la cola blancas, como también su cabecita hasta el cuello, y en su cuerpo se
entremezclaban plumas blancas con negras.
Estaba posada en una rama baja
limpiando y ordenando su plumaje con el pico, y tan ocupada en ese trabajo, que
no se percató que un niño se le acercaba despacito. De pronto éste levantó el
brazo y de su honda partió una piedra dando de lleno en esa paloma, y ante la
mirada horrorizada de Oxalé, cayó al suelo con el pecho ensangrentado. El niño
se le acercó, la empujó con el pie y al ver que no se movía se dio vuelta con
una sonrisa de satisfacción, gritándole su hazaña a sus compañeros, que rieron
con la noticia.
Oxalé
no pudo contener las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. ¿Qué le había
hecho esa paloma al niño para que él la matara? Su único delito era estar cerca
de alguien con poco o ningún sentimiento hacia la creación. Alguien que se
creía el amo y señor de seres indefensos con los cuales podía hacer lo que
quería. ¿No se daba cuenta, que todos eran parte de la naturaleza? ¿Que las plantas, animales y personas debían compartir
el planeta en paz sin agresiones?
Ahora
comprendía, por qué los adultos se peleaban entre ellos, si ya de niños no
respetaban la vida ajena. Crecían creyendo, que el más fuerte podía maltratar
al más débil.
Bajó
los ojos, para no seguir viendo aquella paloma tirada en el suelo; aquél ser
que minutos antes había estado tan lleno de vida y que la perdió por la
indiferencia de un niño hacia la naturaleza. Sintió pena por todos los niños
del mundo, que no sabían, que debían respetar la vida que incluía a las
personas, animales y plantas, porque sin ellos su propia existencia estaría
peligrando ya que todo estaba conectado entre sí.
El maestro apretó un
botón y la pantalla se oscureció dando fin con eso a la clase. Todos salieron
silenciosos, sin entender cómo en la
Tierra no se daban cuenta que destruyendo la naturaleza se
destruían a sí mismos. Que si querían seguir jugando en verdes praderas, debían
dejar en pie árboles que les suministraba el oxígeno, animales de toda clase
que eran parte de esa Tierra que podría ser un paraíso, si en vez de destruir
se respetara la vida propia y ajena.
VIOLA LISSNER
Maravilloso Rubén, no estaba enterado de que tu tenías un Blog tan interesante y gracias al enlace que recibí en un correo del tío Godito, me convertiré en uno de tus seguidores; en mi caso el Blog que he creado es referente a temas de salud natural, espero que en algún momento te des tiempo para revisarlo...Saludos primaso para toda la familia...Hasta pronto...
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