La maestra citó a los padres de un niño, para comunicarles que quizá deberían llevarlo ante un psicólogo o al siquiatra, pues, cuando se les pidió en clase dibujar a alguien a quien más admiraban, él pequeño cogió varios papeles y sólo entregaba cada hoja, a veces totalmente pintada de negro, a veces medio manchada, o a veces en blanco.
La maestra había guardado todas las hojas, que eran muchísimas, para mostrarlas a los padres.
Ellos, preocupados, no sabían qué decir. Su dolor fue grande al escuchar que mejor sería llevarlo a otro tipo de colegio, pues su hijo no era nada normal, como los demás niños de su aula.
Llamó al pequeño, entre las risas y burla de los demás alumnos, quienes, levantando sus hojas, mostraban orgullosos sus dibujos de héroes o artistas o personajes famosos.
Al estar junto a sus padres, el niño, con mucha alegría, preguntó a la profesora: ¿Verdad que le gustó, señorita?
La maestra, incómoda y muy sorprendida, fingió sonreír al niño y haciendo un gesto escondido, indicó que ya se lo llevaran los padres.
El niño, entonces, cogió todas las hojas de la mesa y ordenándolas, una junto a otra, en el suelo, dijo:
--¡Mira mami, mira papi: ¡A quién yo más admiro y quiero... después de ustedes!
Como si fuera un gigantesco rompecabezas, con cada hoja que ponía, poco a poco, se iba formando un bello dibujo... del rostro de la profesora...
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